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Angel Vergara

Alucinación Social. Madrid. Del 11 de Septiembre al 08 de Noviembre, 2014

 

La expresión Alucinación Social no describe, que sepamos, ningún tipo de patología que pudiera relacionarse con un estado psicotrópico, ni tampoco parece aludir a una perplejidad colectiva frente a las coyunturas invasivas en el orden político o económico. No sería en absoluto extraña la implantación popular del término, especialmente para esta segunda acepción que hemos imaginado, tal es la exactitud e idoneidad de dicha afirmación en el presente. Sin embargo, pensamos que la intención de Angel Vergara al concebir esta combinatoria de vocablos se mueve en un territorio menos específico o si se quiere más abierto a un sistema complejo que, claro está, incluye lo político pero también las dimensiones científica y poética de la realidad. .

 

En efecto, las categorías a las que nos referimos han venido interactuando en la práctica pictórica y performativa de Vergara desde principios de los años noventa. Para el proyecto Alucinación Social su posición continúa siendo la de un flâneur abierto a las vicisitudes e impresiones que le salen al paso. Sin embargo, la indolencia característica del paseante decimonónico, cuyo afán no era el de la realización inmediata, se transforma en el caso de Vergara en actividad consciente y productiva. Recordemos ahora como algunos años atrás, el artista travestido como Straatman y pertrechado con las herramientas del pintor “que es”, ocupaba el espacio público para practicar pequeños ejercicios de desobediencia social y simultáneamente producir mapas sinérgicos sobre la experiencia urbana.

 

Las cartografías psicogeográficas concebidas ahora por Vergara son producto de un paseo por los escenarios en el flujo y el reflujo de las multitudes, en el movimiento a duras penas aprehensible de los sujetos y artefactos, en las oscilaciones atmosféricas, en la temperatura física y política del espacio público en definitiva. Estas alucinaciones son contempladas por el artista a través del objetivo de la cámara con el propósito de generar fragmentos de actualidad que puedan producir una “verdad” más aumentada y compleja que la percibida por el ojo.

 

En este proceso de observación y análisis, Vergara entiende la pintura como procedimiento para la elaboración de un texto. Las placas de plexiglás sobre las que escribe/pinta devienen capítulos de una narración desflecada sobre el “aquí y ahora”. En efecto, un presente compuesto por imágenes persistentes que se someten a un proceso de desaparición a partir de la pintura, transmutándose en signos que van a establecer un nuevo orden. Para construir estas pizcas de novela, el artista actúa con una suerte de urgencia que se corresponde con la transformación continua del escenario que tiene ante si, asumiendo la imposibilidad de escribir un texto con sentido, más bien al contrario, incorporando el error o el azar como parte del proceso.

 

Para Angel Vergara la pintura no es un asunto que tenga que ver con la confrontación reflexiva ante la hoja en blanco, sobre la cual se puede volver obstinadamente una y otra vez, enmendando, añadiendo o incorporando revelaciones definitivas. En su caso, la pintura no puede desligarse de su carácter performativo y se construye desde una lógica no determinista; se nutre de procesos aleatorios e impredecibles para así “representar” otras contingencias posibles. 

 

Las superficies transparentes sobre las que se plasman estos gestos pictóricos o escritos producto de la observación y el automatismo, son finalmente archivados de manera sistemática por el artista para su presentación pública. Como placas de laboratorio impregnadas de materia viva, de información sesgada, testimoniando tiempos y espacios diferentes que actúan simultáneamente, se plantean entonces nuevos niveles de lectura y análisis que trascienden las categorías de la pintura para situarse en el ámbito relacional con el que Vergara conforma su aparato crítico y poético. 

 

Juan de Nieves

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